Lc 24, 45-53
Uno de los sufrimientos más profundos y continuos del ser humano es la experiencia de la despedida de nuestros seres queridos y por los motivos que sea, pero más aún cuando se trata del no retorno que supone la muerte. Esta despedida, la más dolorosa y trágica, ha quedado vencida por el Resucitado tras la Resurrección.
Para la comunidad creyente la ascensión no es la despedida definitiva de su Señor, sino el inicio de una nueva etapa en la que Jesús es glorificado y al mismo tiempo permanece con nosotros a través de la presencia del Espíritu Santo. Por eso, la ascensión no es motivo de tristeza, al contrario, viene impregnada de la alegría de la resurrección y aparece como una consecuencia de la misma.
La ascensión no es sinónimo de infidelidad de Cristo a nosotros, sino de confianza de él a su Iglesia a la que le encarga la misión evangelizadora iniciada por él, con el Espíritu Santo que nos asiste en su nombre.